sábado, 29 de agosto de 2009

Perdiendo la virginidad con Cortázar


Habré tenido doce o trece años, y pese a tener todas las hormonas intelectuales revolucionadas, era virgen en literatura adulta. Pero aquella noche iba a dejar de serlo.

Ya la cuestión me venía picando desde hacía rato, lo mío nunca había pasado mas allá de lecturas siesteras de El Tony, D’Artagnan, Nippur o Intervalo. Los libros de “Elige tu propia aventura” pasaron a ser recuerdos de la niñez y volverlos a leer representaban un sacrilegio para alguien que “ya no era un niño”.

Pero una noche, lo recuerdo como si fuera ayer, aprovechando la oportunidad de que mis padres habían salido y mis hermanos andaban entretenidos en tonterías de niños, decidí sin pensarlo demasiado, que había llegado el momento tan esperado. Dejaría de ser virgen de los libros supuestamente para grandes que me venían intrigando desde hacía algún tiempo.

El corazón me latía con fuerza como a aquel que sabe que se introduce en mares insondables, y yo sabía que lo hacía. Me dirigí a la biblioteca y tome un libro al azar, luego con los años pude darme cuenta que mi vida de lector se vería marcada para siempre por la decisión, supuestamente azarosa, de aquella noche.

Me fui a mi habitación e intuyendo que para esto precisaría de privacidad, cerré la puerta. El libro era nada más y nada menos que Bestiario, de Julio Cortázar. Me zambullí entre sus páginas con desmesura y me tope con “Casa Tomada”. Con la respiración entrecortada y a un ritmo que hubiese preferido más lento, terminé de leerlo y por un momento me arrepentí de hacerlo argumentándome que no estaba preparado para aquello.

Lo que acababa de leer me dio mucho miedo. La descripción del autor sobre la situación y los personajes fue pasando por mi cabeza como una película de terror. Mi temor era sobredimensionado al de aquellos hermanos del cuento. Pero pese al miedo estaba conforme con la experiencia. Descubrí que dentro de un libro se esconden mucho más que animales de fábula, que príncipes y princesas que comen perdices, que piratas buenos y malos. Supe que los finales felices eran solo una opción y no la única. Supongo que por un momento saque la conclusión, sin darme cuenta, que algunos “libros adultos” reflejan la vida y que en ella el nudo no siempre es el deseado y en los desenlaces no siempre se vive feliz y se come perdices.

Ese cuento aquella noche cambió mi perspectiva sobre la literatura. Esa noche me había “hecho hombrecito” con Cortázar.


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