lunes, 10 de enero de 2011

Como la cigarra, seguirás cantando


El último tranvía
que rueda todavía
se va, se va, se va.
Qué lástima me da,
pues ya no volverá.

"Canción del último tranvía"

Fue una mañana de controles de stock, de inventarios, balances y archivos. Yo diría de mucha adultez, cuando la radio anunciaba con pesar su partida. Había muerto María Elena Walsh. Y esa adultez acelerada por la frialdad de los números y los datos sin sentido, fue abofeteada en seco por mi niñez hoy dolida por esta pérdida. La ternura y la inocencia de aquella infancia ya casi olvidada, me hicieron quitar el pie del acelerador de la vida para darle paso a la nostalgia presurosa de esas canciones, poesías y cuentos que llenaron los días del niño que fui y que hoy volví a serlo.

Leí por ahí, “hoy a muerto parte de mi infancia” y es una gran mentira. Hoy justamente, ha resucitado mi infancia con su partida. He recordado sus canciones en horas de meriendas, en tardes de cumpleaños, en clases de música y en instantes de emoción al hacérselas conocer a mis hijos.

Hoy renacieron en mí Manuelita, la mona Jacinta, la canción de la vacuna, de tomar el té, de Osías, del Mono liso, de la reina Batata y tantas otras. Como dijo una amiga con claro acierto “Con ella aprendí a cantar y jugar de niño, y a pensar de grande” lo cual es, creo yo, muy poco frecuente en la literatura. En sus letras encontrás dulzura e inocencia para un niño pero también filosas y precisas verdades para los papás de esos niños.

Personas como ella, con un talento inigualable, tienen la virtud de burlar la muerte… de hacerle creer que las lleva cuando en la vida y en sus obras dejaron todo.

Hoy después de esto, seguí con mis números y datos, pero sintiéndome el adulto más niño del mundo.

¡Hasta siempre María Elena y gracias por esta vida de magia e ilusión!