martes, 13 de julio de 2010

Hijos de la tolerancia



Sabido era que una vez terminado el gran show de distracción/abstracción que representa el mundial de fútbol, volveríamos a nuestras cotidianidades y dentro de estas, a la consuetudinaria costumbre Argentina del conflicto permanente.

Mañana se debate en el Congreso de la Nación, la ampliación del Código Civil que permitiría a personas del mismo sexo contraer matrimonio; y por supuesto, las aguas están mas que divididas. Por un lado partidos políticos, frentes y coaliciones bajando línea sobre lo que hay que votar, y por otro la que hace la jerarquía de la Iglesia, con curas y fieles, más allá de lo que piense cada uno de ellos en sus fueros más íntimos.

Quisiera dividir mi opinión al respecto. Desde mi ser cívico y social, creo que si pretendemos vivir en un estado de derecho, debemos respetar y permitir que los grupos minoritarios puedan contar con un sistema jurídico que los respalde, contemple y no los excluya. Aunque más no sea, debemos tener una conciencia mínima de civismo hacia el otro, que es tan ciudadano como nosotros, que vota, que paga sus impuestos, que respeta la Constitución Nacional y que necesita sentirse incluido en ella cuando se refiera a “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”

Por otro lado, desde mi creencia religiosa, pretendo profesar lo que titulé el Credo de la tolerancia.

Creo fervientemente en que somos hijos de un mismo Dios, y que como Padre, nos ama a todos por igual dentro de la diversidad de razas, culturas, religiones, condiciones sociales y sexuales.

Creo que desde lo más profundo de su Amor, nos creó a su imagen y semejanza, y esto no es nada más y nada menos que seres con capacidad de amar al otro.

Creo en un Dios tolerante, misericordioso, amoroso y respetuoso del libre albedrío que le regalo al género humano. En un Dios que nos enseña sobre el respeto al semejante y el derecho a la vida.

Creo que la figura de un Dios señalador, acusador, avergonzado del supuestamente “distinto”, distribuidor de culpas, amigo de los autoproclamados jueces y administrador de una moral ajustada y sostenida por sus sub-administradores terrenales; es solo una imagen creada que no lo favorece y lo distorsiona.

Creo en un Dios que envía a sus fieles a llevar su mensaje de Amor, Esperanza y Caridad, y que nos exhorta a practicarla teniendo, como decía mons. Angelelli, “un oído en el Evangelio y el otro en el Pueblo”, porque es el único modo de encontrar el justo equilibrio es una sola realidad posible.

Creo en Dios como único Juez Supremo, y que en el justo juicio final, seremos juzgados por cuánto amamos desde nuestros corazones y no desde nuestras camas y nuestra fachada pública; y las peores pruebas presentadas en contra nuestra serán la intolerancia profesada, la mezquindad ejercida, y la santidad presumida.

Ojalá aprendamos algún día a ser hijos de la tolerancia.


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