viernes, 23 de julio de 2010

Aquella música



Quizás éste sea uno de los momentos más apreciados y esperados. El anochecer del viernes siempre trae paz, quietud y sosiego a una semana que con el correr de los días fue alimentándose de pequeñas porciones de furia, estrés, problemas, corridas y cansancio.

Por suerte estas semanas, tienen indefectiblemente su sentencia de muerte todos los viernes.

Son estos los días en los cuales me siento en mi computadora, y como respetando la liturgia de un ritual milenario, me calzo los auriculares, y me dispongo a dejarme llevar por la buena música. Este mi cable a tierra, mi cargador de batería, mi estimulante y sedante a la vez.

Dicen que en la variedad está el gusto, y en mi colección de música, para mí exquisita y selecta, variedad es lo que sobra. Tom Jobim, Baden Powell, Chico Buarque, Elis Regina, Mercedes Sosa, folklore en general, Silvio Rodríguez, Pablo Milanes, Marilina Ross, Julia Zenko, Serrat, Ana Belén, Goyeneche, Piazzolla, Jaime Roos, el Negro Rada, Norah Jones, Phil Collins, Sinatra, Queen, Beatles, Maria Callas, Monserrat Caballé, y muchísimos otros son los que me hacen compañía en mis noches de escritura, lectura o insomnio.

En este encuentro íntimo conmigo mismo, la música logra ser un puente invisible entre el mundo exterior que aturde, apabulla y ensordece, y mi silencio interior adormecido y embriagado, que necesita recomponerse un poco para seguir andando.


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